sin innovación no hay futuro – El diario andino
De Ronin
El reciente Premio Nobel de Economía otorgado a Philippe Aghion, Peter Howit y Joel Mokyr debería ser una llamada de atención para el Perú. El enfoque de destrucción creativa –el proceso mediante el cual nuevas ideas reemplazan a las viejas e impulsan el progreso– demuestra algo importante: la innovación sólo florece cuando hay un Estado que crea las reglas e incentivos adecuados para que el sector privado se atreva a asumir riesgos. Sin ese estado que infunde confianza y acompaña al emprendimiento, la innovación no crece. Y eso explica por qué Perú vuelve a quedarse atrás.
Según el Índice Global de Innovación 2025 (GII), elaborado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), el Perú ocupa el puesto 80 entre 139 países, lo que representa una caída desde el lugar 71 entre 141 países en 2015. En América Latina, estamos en el séptimo lugar entre once economías), muy por detrás de Chile (Brasil528), y entre las economías de ingresos medianos altos -nuestro grupo de comparación- estamos en el puesto 22 de 35. En otros En otras palabras, nuestro desempeño innovador se está estancando. Como se puede observar en el Gráfico 1, nuestro nivel de innovación apenas coincide con nuestro nivel de desarrollo, mientras que países como China o Tailandia ya muestran un desempeño en innovación por encima de su ingreso per cápita y están en camino de ingresar al grupo de economías avanzadas.
El GII consta de 78 indicadores y se divide en dos dimensiones principales: condiciones para la innovación (insumos) y resultados innovadores (productos). En el primer subíndice ocupamos la posición 72, y en el segundo la 93. Esto revela algo preocupante: tenemos bases, pero no podemos convertirlas en resultados. Tenemos el talento, pero no el entorno institucional para apoyarlo. Y ese entorno depende en gran medida de que el Estado funcione como socio del capital privado, no como un obstáculo.
Un Estado que regula bien, protege la competencia y garantiza la estabilidad es el mejor aliado de los innovadores. Pero el nuestro suele comportarse como su oponente: cambiando las reglas, retrasando licencias, multiplicando procedimientos. Por tanto, las empresas aprenden a sobrevivir, no a innovar. Por eso en el Perú las empresas más grandes son también las más antiguas y las nuevas siguen siendo pequeñas durante años. Esto no es un signo de estabilidad, sino de parálisis. Cuando el Estado deja de renovar su tejido empresarial, se encamina hacia la obsolescencia.
El resultado es claramente visible en los indicadores de producción innovadores. Sólo el 5% de nuestras exportaciones manufactureras corresponden a productos de alta tecnología, mientras que el promedio de los cinco principales países de la región es del 10,4%. Como muestra el Gráfico 2, este porcentaje ha estado estancado durante una década, mientras que países como Chile y Ecuador han logrado aumentarlo de manera sostenida. En cambio, en las economías desarrolladas esa proporción es del 21%, y los campeones mundiales son Filipinas (64%) y Malasia (59%). La brecha es enorme y, lo que es más preocupante, está creciendo. La producción de artículos científicos también ha aumentado, pero todavía estamos por detrás de nuestros homólogos latinoamericanos.
Estos datos describen algo más profundo que una simple falta de inversión: muestran una desconexión estructural entre el Estado, la academia y las empresas. Sin un gobierno que cree políticas estables, fomente la competencia y recompense el riesgo, el sector privado no innovará. Sin que el sector privado invierta en conocimiento, el Estado no podrá generar productividad. La innovación no ocurre por decreto: se construye a partir de una buena interacción entre la confianza pública y la audacia privada. Si no construimos una verdadera alianza entre el Estado y las empresas -una sociedad dedicada a la ciencia, el espíritu empresarial y el conocimiento- el reloj del progreso seguirá corriendo.
INNOVACIONES Y DESARROLLO
Entre las condiciones propicias, nuestro punto más débil es la sofisticación empresarial, donde ocupamos el puesto 120. El gasto empresarial en investigación y desarrollo (I+D) es bajo: apenas el 0,05% del PIB, y la cooperación entre universidades y empresas es casi inexistente. Un país que no conecta el conocimiento con los negocios o la ciencia con el mercado no puede innovar. Por lo tanto, al no existir un ecosistema necesario que impulse la innovación, de poco sirve que nuestro mejor desempeño relativo esté en el pilar de capital humano (puesto 42).
El problema central es que el Estado peruano no ha entendido que su papel no es permitir la innovación, sino permitirla. En Perú, el gasto total en investigación y desarrollo apenas equivale al 0,16% del PIB y la mayor parte proviene del sector público. Pero más allá del monto, el déficit real está en la ausencia de políticas que articulen los esfuerzos públicos con el riesgo privado. El promedio regional es del 0,4% y solo estamos Paraguay (0,12%). Mientras tanto, el promedio de la OCDE es del 3% con líderes como Israel (6%), Corea del Sur (5,2%) y Estados Unidos (3,6%). La diferencia no está sólo en el presupuesto, sino en el modelo de cooperación: allí el Estado promueve, aquí el Estado inhibe.
Recibe tu Perú21 vía email o WhatsApp. Suscríbase a nuestro boletín digital enriquecido. Aprovecha los descuentos aquí.
VÍDEO RECOMENDADO


