Encrucijada de Jerí, de Juan Paredes Castro | OPINIÓN – El diario andino

El presidente José Jerí enfrenta una encrucijada difícil, muy distinta a la que caracterizó Dina Boluarte, que implicó gestionar el caos y hacer flotar el calendario hasta 2026.
Jerí debe elegir entre avanzar sin demora para cumplir sus objetivos declarados, como liberar al país del crimen organizado, o dejar de enfrentar el fuego ardiente de quienes han perdido el poder a cada paso y buscan recuperarlo a cualquier costo político y electoral, incluidos los cargos vacantes.
Recuerde, la cláusula de vacancia presidencial se ha convertido en una herramienta política mortal en manos de quienes, con el número deseado de votos en el Congreso, pueden cambiar de la noche a la mañana el destino del poder ejecutivo y del sistema democrático.
Jerí también necesitará avanzar, sin demoras ni concesiones políticas a sus oponentes, en la recuperación de espacios valiosos para el diálogo y la reconciliación, como la Carta Nacional, que la polarización política radical invalidó hace tiempo.
Haber despertado y sacado en pocos días al gobierno y al Estado de la inercia y la parálisis a la que les había conducido Dina Boluarte es un primer paso importante en la gestión de Jerís, pero al mismo tiempo despierta la ira de una intolerable venganza política e ideológica que no le perdonará ningún éxito.
Navegar de esta manera, entre una agenda, la suya, que busca acabar con el crimen en las calles, y otra agenda, la de sus oponentes, que busca, a través de la violencia política organizada, desestabilizar el gobierno y el país, requiere mucho sentido común y una firme aplicación del poder y la autoridad.
Debido a la reciente marcha por las calles de Lima, que supuestamente fue denominada una protesta pacífica y democrática contra el gobierno de turno, y que terminó con las trágicas consecuencias de una violencia extrema, Jerí ya debe tener una idea muy clara de cómo detrás de escena se mueve una maquinaria política muy bien organizada y organizada, disfrazada de protesta, con destacadas intenciones criminales. A partir de ahora será necesario distinguir mejor qué pretende la protesta pública, por grave que sea: expresar una verdadera voluntad pacífica y democrática u ocultar, bajo esta etiqueta, el típico e inesperado «caballo de Troya» de la violencia.
Lograr que el Congreso, el poder judicial y la administración pública lo reconozcan no sólo como jefe de gobierno, sino también como jefe de Estado, con la capacidad y autoridad para unirlos, persuadirlos y comprometerlos en la guerra contra el crimen organizado, debe ser el segundo paso importante del presidente.
Esto significa, entre otras cosas, que Jerí no puede eludir la definición urgente entre el Comité de Justicia y el Ministerio de Estado, con qué autoridad fiscal debe y debe luchar contra el crimen prevaleciente e impune, si la lucha dentro de este caso lo ha desviado políticamente de su curso institucional normal y lo ha vuelto lamentablemente vulnerable.