“La violencia que no vemos”, de Carol Núñez Vélez | PERÚ – El diario andino

Por Carol Núñez Vélez
Comunicadora y psicóloga.
Vivimos en una época marcada por la violencia en múltiples formas: física, psicológica, simbólica y política. Se manifiesta en los hogares, en las calles e incluso en espacios institucionales. Cada acto violento tiene una historia previa, un contexto que muchas veces pasa desapercibido. Es fácil señalar una agresión visible, pero menos común preguntar qué la generó.
En una relación, por ejemplo, la violencia no siempre se manifiesta en forma de golpes o gritos. También puede expresarse en la indiferencia, la manipulación emocional, los celos o el intento de controlar al otro. Estas formas más sutiles erosionan la dignidad y la libertad personales, pero a menudo se normalizan o justifican.
Las redes sociales amplifican el problema. En el ecosistema digital, las emociones extremas, el enfado, la indignación, el escándalo, se convierten en contenidos rentables. Compartimos videos y publicaciones que muestran ataques sin detenernos a comprender sus antecedentes. Esta reacción inmediata contribuye a reproducir la violencia y reducir la complejidad de los acontecimientos a simples gestos de condena o burla.
El psicólogo Viktor Frankl sostuvo que, incluso en los peores contextos, el ser humano conserva la libertad de decidir cómo responder. No estamos completamente determinados por las circunstancias, pero romper el ciclo de violencia requiere conciencia, no sólo buena voluntad. No basta con “no reaccionar”: es necesario comprender las raíces estructurales que lo sustentan, desde la desigualdad social hasta los patrones culturales que justifican el dominio y la humillación.
La violencia, en cualquiera de sus formas, no se disuelve con gestos sentimentales o frases inspiradoras. Se enfrenta reconociéndolo, analizándolo y cuestionando las estructuras que lo reproducen. Implica responsabilidad individual y colectiva. Sólo desde esta comprensión crítica podemos aspirar a una convivencia menos hostil, donde el respeto y la empatía no sean excepciones, sino parte de la vida cotidiana.