Las historias detrás de los 13 trabajadores asesinados en Pataz | Minería ilegal | Asesinatos | Amenazas | Extorsión | Parkers | Libertad | PERÚ





La historia de los 13 trabajadores secuestrados y asesinados en Pataz no se define únicamente por su cruel desenlace. Estos jóvenes provienen de distritos donde la pobreza extrema es una realidad cotidiana, donde las oportunidades de trabajo son escasas y deben alternar entre diferentes empleos para poder sustentar a sus familias, que incluyen a padres, hermanos o hijos. Eran personas con sueños y aspiraciones, que buscaban mejorar su calidad de vida a través del trabajo en la minería, un campo que, aunque prometedor, está marcado por peligros constantes.
«Dheyter era un trabajo duro«, aseguró su cuñado, Eduardo Lazo A Comercio en una conversación telefónica, al referirse a las condiciones que enfrentaban estos trabajadores por la falta de recursos y la adversidad diaria.
El 4 de mayo, el asesinato de 13 trabajadores de la compañía de R&R, contratista de la poderosa compañía minera, ocurrió en la región de La Libertad.
El domingo pasado, tras once días de angustia y búsqueda, finalmente pudieron ver a su familiar en casa, en el asentamiento humano el 12 de septiembre, situado en el sector de Las Malvinas de Tumbes. Gracias al apoyo económico de la Iglesia Evangélica a la que pertenece su familia, pudieron darle un entierro digno. “No ha venido ninguna autoridad [con el dinero],” añadió Eduardo, expresando la frustración y desilusión que siente la familia ante la falta de ayuda institucional.
El secuestro de estos trabajadores tuvo lugar el 26 de abril en una de las galerías del Anexo Pueblo Nuevo. Su trágico destino se confirmó el 4 de mayo, cuando se encontraron sus cuerpos, que estaban desnudos, esposados y presentaban claros signos de tortura. Este brutal hallazgo ocurrió tras días de incertidumbre y una alarmante falta de respuesta por parte de las autoridades, tanto regionales como nacionales. Se sospecha que los autores del crimen pertenecen a una organización criminal que opera en la región, liderada por un individuo apodado «cuchillo».
Además de Dheyter, las víctimas fueron identificadas como Juan Ñaupai Salva (Amazonas), Yoval Martínez García (Huánuco), César Rospigliosi Arellano (Lambayeque), Frank Monzón Valerian, Jefry Padilla Hidalgo (Loreto), Mego Yumbato Huancho (La Libertad), y los hermanos Franklin y John Facundo (Cajarca). Cada uno de ellos tenía una historia y un lugar en sus respectivas comunidades, y su pérdida simboliza el sufrimiento de muchos en la búsqueda de un futuro mejor.
Franklin Facundo Inga (en la foto) y su hermano John fueron asesinados en Pataz.
«Franklin tenía 30 años y John, de 24 años. El niño me llamó y dijo: ‘Mi hermano está dentro del túnel y si había algo, tengo que entrar’. Le dije que lo hiciera, porque los conozco. Mi hijo menor murió por su hermano« relató su padre a un transmisión en vivo del periodista Pepito Suclupe García. Estos jóvenes eran originarios de la provincia de Cajamarca de Jaén, pero trabajaban en Antonio Raymondi, en el distrito de Chiclayano de Victoria.
El padre de los hermanos Franklin y John Facundo Inga.
César, quien era el mayor de los trece trabajadores, tenía 40 años y dos hijos menores. A lo largo de su vida, trabajó como camarero, pero en los últimos tres años se dedicó a proporcionar seguridad a los mineros de Pataz. Se había unido a la compañía R&R apenas siete meses antes de su muerte. Los familiares concuerdan en que fue un grupo de sus propios compañeros quienes encontraron sus cuerpos. «Se disfrazaron de policías. Había ocho compañeros; era la única forma de hacerlo, pero no los dejaron entrar«, expuso un familiar a N60 News antes de que se confirmara la trágica noticia.
César Rospiglosi trabajó como seguridad en R&R por menos de un año.
Todos ellos trabajaban para el R&R Company, que a su vez proporcionó el servicio de protección y seguridad a Libmar Sac, una compañía minera artesanal que está en proceso de formalización y que mantiene un contrato de exploración con la poderosa compañía minera SA, que posee la concesión en esta área. Mediante un comunicado, Libmar expresó que se hará cargo de todos los costos relacionados con el traslado, vigilancia y funeral de las víctimas. «Instamos a la Policía Nacional de Perú (PNP), al Ministerio del Interior y a otras autoridades competentes a que cumplan con su deber de implementar políticas eficaces que prevengan actos delictivos que atenten contra la vida de las personas y la paz social», añadieron.
Días antes del hallazgo de los cuerpos, cuando los familiares suplicaban por ayuda para rescatar a los trabajadores secuestrados, Julio Chávez Saavedra, la esposa de John Facundo Inga, detalló que el trabajo de rescate consistía en «recuperar» los niveles de galerías subterráneas que habían sido tomadas por los «parkers», quienes son delincuentes que roban minerales a empresas artesanales y medianas en la zona. «Mi esposo ha estado en el campo durante un año; este no es su primer encuentro, ya habían intentado recuperar niveles cinco veces«, le relató a un canal digital de Trujillo. Chávez confirmó que toda la información sobre el estado de los 13 trabajadores provenía de sus colegas, y no contaron con apoyo ni de la policía ni de militares. «Son secuestrados, nos dicen que están vivos, pero nadie nos garantiza su seguridad.» Esta afirmación fue respaldada por la madre de Frank Monzón Valeriano, quien se encontraba igualmente angustiada por la situación.
El proceso de identificación de los cuerpos duró dos días y se llevó a cabo en la morgue de la División Médica II, que presenta condiciones inadecuadas. Jorge Vásquez, director de dicha división, denunció ante la Agencia Andina que se habían recortado los presupuestos, y que en situaciones como la tragedia de Pataz, se carece de los equipos y del personal necesario para acelerar las labores de identificación.
Esta masacre incrementa el número de colaboradores, mineros artesanales y trabajadores que han sido asesinados por bandas criminales en Pataz. En el mismo día que se confirmó el hallazgo de los cuerpos, Minera Poderosa denunció que estos hechos continúan ocurriendo a pesar del estado de emergencia que ha sido declarado durante 14 meses en la provincia de Libertad, y la magnitud de la presencia policial, que no ha logrado contener el deterioro de las condiciones de seguridad en la región.