Si China te invade, serás un conflicto eterno


Hace apenas un mes, la situación para Taiwán se asemejó a una escena sacada de Dejar a Vú: al amanecer, la isla se encontró nuevamente frente a una flota china que hacía presencia en sus costas. En esta ocasión, Beijing decidió reiterar su estrategia, provocando que Taiwán tomara una decisión crucial: activar un Plan B. Este plan implicó llevar a cabo la mayor simulación militar en la historia del país, un evento que se disfrazó como una maniobra de invasión y que se extendió a lo largo de 14 días, con el objetivo de evaluar hasta qué punto sus defensas estarían preparadas ante una posible agresión. Este acto, más que un simple ejercicio militar, fue un llamado a la preparación defensiva ante una realidad cada vez más amenazante.
Ante este contexto, la isla ha optado por adoptar una nueva estrategia, inspirándose en la situación de Ucrania. Este cambio en la táctica se centra en un aspecto fundamental:
Supervivencia y resistencia. Como se mencionó recientemente en una exclusiva de The Wall Street Journal, el gobierno taiwanés ha iniciado una transformación urgente y profunda de sus fuerzas armadas, motivada por el creciente temor de que China podría intentar una invasión antes de 2027. La esencia del cambio radica en que la meta no es derrotar a Beijing en un enfrentamiento directo, sino resistir lo suficiente para que, en caso de necesitarlo, países como los Estados Unidos puedan intervenir.
PUELCOESPIN. Con este fin, Taipéi ha decidido abandonar su preparación tradicional para la guerra convencional y adoptar una estrategia asimétrica conocida como la «estrategia del puercoespín». Esta estrategia busca imponer un costo tan alto al invasor, que su decisión de atacar se vea disuadida o al menos se retrase.
Esta aproximación implica el despliegue de múltiples capas de defensa costera y la creación de una academia especializada para el entrenamiento en el uso de drones, además de modernizar la capacitación de sus tropas para que sean capaces de operar sistemas de armas sofisticados en situaciones de combate reales.
Inspiración en Ucrania. El ejemplo de Ucrania ha proporcionado a Taiwán lecciones vitales, como la rapidez con que las reservas de municiones pueden agotarse en un conflicto prolongado. Sin embargo, debido a su geografía insular, Taiwán enfrentaría desafíos significativos para recibir suministros externos en el caso de un bloqueo. Por lo tanto, las autoridades han destacado que incrementar las reservas de misiles es una prioridad. No obstante, este cambio doctrinal también enfrenta obstáculos, ya que el Ministro de Defensa, Wellington Koo, uno de los pocos civiles en ocupar dicho cargo, debe desafiar una mentalidad militar que durante décadas se ha centrado en la guerra convencional.
Las dificultades se agravan con la presión por parte de Trump, quien ha exigido que Taiwán eleve su gasto militar hasta alcanzar el 10% de su PIB. Este es un objetivo complicado, dado que el país ha mantenido durante años un gasto cercano al 2%. El presidente Lai Ching-you se ha comprometido a aumentarlo al 3% antes de que finalice el año, aunque enfrenta la oposición de un parlamento que prefiere una política más conciliadora hacia Beijing. Además, hay una paradoja política: las armas pequeñas y económicas típicas de una guerra asimétrica, como drones y misiles portátiles, son menos evidentes como una muestra de compromiso presupuestario, a pesar de su mayor eficiencia.
El «militar» contra la sociedad. Según el WSJ, hay otro factor que representa un importante reto para la nueva estrategia. Más allá de la doctrina y las armas, el punto débil más significativo de la defensa taiwanesa es la escasez de personal. Con un objetivo de 215,000 tropas, el ejército solo había logrado cubrir el 78% de sus plazas a finales del año pasado. La situación demográfica de Taiwán, con una tasa de natalidad muy baja, tampoco ayuda. La juventud, educada en décadas de crecimiento económico y pacificación, muestra poco interés en una carrera militar.
El «Mili». Para abordar este problema, las autoridades han decidido extender el servicio militar obligatorio de cuatro a doce meses, aumentando también los salarios hasta alcanzar los $400 mensuales, y modernizando las instalaciones militares. Asimismo, se han lanzado campañas de reclutamiento que apelan al patriotismo y al idealismo de la juventud.
Además, se están realizando inversiones destinadas a mejorar la movilización de las reservas, con el fin de estar mejor preparados ante un posible conflicto prolongado. La forma en que se entrena a los reclutas ha cambiado drásticamente; ahora los soldados reciben preparación en el uso de drones, misiles Stinger y maniobras defensivas en escenarios que simulan condiciones de conflicto, abandonando así las antiguas rutinas de entrenamiento que eran más teóricas que prácticas.
La importancia de la alianza estratégica. Aunque el plan taiwanés asume que Estados Unidos intervendrá en su defensa, este respaldo no está garantizado. Después de observar cómo Trump redujo el apoyo a Ucrania, Taiwán busca convencer a Washington de que sus esfuerzos defensivos merecen una intervención eventual. La cooperación militar bilateral continúa desarrollándose y, como indican los analistas, aún falta mucho para que ambas fuerzas puedan ejecutar operaciones conjuntas efectivas.
Entre urgencia y realidad. En resumen, la efectividad de la nueva estrategia defensiva taiwanesa dependerá no solo del tiempo que tenga a su favor y de la fuerza militar que logre fomentar, sino también del apoyo interno y la voluntad política tanto a nivel local como extranjero. Taiwán está intentando reinventar su capacidad defensiva a una velocidad sin precedente, en un entorno marcado por una presión regional creciente, una escasa experiencia militar, desafíos demográficos y polarización política.
Al final, su verdadero objetivo no es ganar una guerra contra China, sino hacer que un conflicto potencial sea tan costoso, lento y doloroso que, en la práctica, nunca logre suceder.
Imagen | 總統府
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